Ya no hay cartas que escribir...

Ya no hay cartas que escribir, ni palabras que decir. Solo hay gestos en la cara que muestran de una manera más sincera las maneras obsoletas de un amor que ya no es. Por eso las hojas del otoño son más claras que el propio verde de la primavera. Caen sin querer, vuelan sin un camino claro, pero con un destino ya determinado. Se acumulan en el suelo, una tras otra, esperando que aquel muchacho las acople en un lugar menos soleado pero también menos expuesto a las tormentas veraniegas y mucho más seguro de los niños que suelen pisarlas por pura diversión.