Cuando ya no hay nada que escribir es cuando el cuerpo se siente liviano de ataduras. Cada palabra y cada frase que uno escribe es un pequeño nudo que se va desatando de esa soga que te ata a algo de lo que querés escapar. Una vez que lográs desatar ese último nudo y ya no hay nada que te ate, te sentís muchísimo más liviano, pero ojo, que haberse desatado de eso que no te dejaba ser feliz, no significa bajo ningún concepto, que eso haya desaparecido.