Me empecé a reír. Primero fue sólo una sonrisa...

Me empecé a reír. Primero fue sólo una sonrisa en realidad, pero después empezó a ser más intensa, más fuerte y ya no había retorno. Me empezó a doler la panza de tanta risa, no aguantaba más, ya no era tanta la felicidad que sentía, porque el dolor era cada vez más fuerte. Mis carcajadas también iban incrementando su volumen e intensidad, pero era proporcional al dolor de estómago. En algún momento me consolaba pensar que eso beneficiaría a mis abdominales, pero igual no era suficiente ese consuelo. En ese momento, tan contradictorio y paradójico entendí aquella frase que decía que estar mejor, me perjudicaba.