Las nubes se mueven en una dirección que no deciden ellas, o
por lo menos esos es lo que nos hacen creer. Se mueven según el viento las vaya
llevando de un lado para el otro, sin un destino predeterminado. También van
cambiando de forma, no son siempre iguales, y eso tampoco depende de ellas,
sino de los cambios meteorológicos que afectan a su forma. A veces más espesas
que no nos dejan ver el cielo celeste que hay encima de ellas, y otras un tanto
más transparentes que hace que el día parezca más luminoso. Cada día es
diferente en una nube, es más, de una forma inesperada, de repente, dejan de ser
vapor de agua para comenzar a caer como gota de agua a altísimas velocidades
para chocar contra el suelo. Desde ese momento, en lugar de disfrutar de dicho
cambio, ya empiezan a añorar estar allí arriba contemplándolo todo con una
sensación de superioridad.