Tocaste la puerta y te dejé entrar...

Tocaste la puerta y te dejé entrar. Al principio lo hiciste con bastante prudencia, no sabías bien que te podías encontrar, pero de a poco te fuiste acomodando. Cada día que pasaba te sentías más a gusto y feliz, pero, y como todo lo que sigue después de un “pero” no es nada bueno, un día te entraron los miedos. Miedo a no poder salir cuando quisieras, dejar de tener la libertad de poder elegir entrar y salir a voluntad y creer que ya no podrías salir de ahí. Creíste que la puerta no solo estaba cerrada, sino bloqueada, por lo tanto empezaste a intentar abrirla a la fuerza, te resultaba cada vez más difícil, agarraste todo lo que tenías a mano para poder romper la puerta y poder salir. Finalmente lo hiciste, pero dejaste allí adentro un gran desorden, todo roto y difícil de reconocer. Con tu partida, ya nada iba a ser igual en ese lugar, que no es ni más ni menos que mi corazón.